A convicción profunda da actualidade da revolución, fai necesaria a organización política da clase obreira.

G. Lukács
 

jueves, 12 de abril de 2018

EL DESARROLLO DESIGUAL Y COMBINADO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES. (I)



Roberto Laxe

Trotski, cuando encaró el análisis de la Rusia zarista en la Historia de la Revolución Rusa, sintetizó una ley de los procesos sociales, el desarrollo desigual y combinado. De esta manera generalizaba, a partir de la realidad rusa, la aparición de lo nuevo en los procesos sociales; en lo concreto, de cómo en el imperio zarista, con una superestructura feudal, gracias a las inversiones francesas y belgas, se había desarrollado un proletariado muy concentrado. Y como este proceso había puesto al orden del día la revolución socialista, que combinaría de una manera especial las tareas democráticas y anticapitalistas, con la clase obrera al frente de un mar campesino.

Con esta ley del desarrollo desigual y combinado Trotski corregía a Marx, para el que los países adelantados eran el “espejo en el que se miraban” los atrasados. El surgimiento del imperialismo, la división internacional del trabajo, la proletarización creciente de todos los países,... hace que la división entre naciones maduras y las que no para la revolución se diluya; en todos ellos, la clase obrera es el factor subjetivo fundamental para romper esa división del trabajo entre naciones opresoras y oprimidas, que los sojuzga.
La explicación de Trotski no solo se ciñe como base teórica de la revolución permanente, sino que es una herramienta epistemológica imprescindible para entender los cambios en las relaciones, no solo entre las clases, sino entre las mismas naciones. De alguna manera, da un marco teórico a la afirmación de Lenin en “El Imperialismo Fase Superior del capitalismo”, de que el “mundo ya está repartido”, a partir de ahora solo “caben nuevos repartos”.
El desarrollo desigual y combinado se inscribe en la teoría de la historicidad, la temporalidad, de las realidades sociales. No existen realidades estáticas, “fin de la historia”, ni, menos que menos, repartos del mundo definitivos. La historia no acaba con el dominio de los EE UU, su democracia capitalista, puesto como ejemplo por Fukuyama para justificar su “fin de la historia”. De la misma manera que hubo repartos dentro de las esferas de poder en el pasado, en el futuro también los va a haber; es fundamental para los revolucionarios prever las tendencias por los que estas van a pasar. Trotski, analizando a las potencias emergentes de comienzos del siglo XX (EE UU y Alemania, especialmente) fue capaz de entender y prever la II Guerra Mundial, como continuación de la I, que no había resuelto la contradicción entre las potencias en decadencia (Gran Bretaña y Francia) y las emergentes, en los “nuevos repartos” anticipados por Lenin.
La industrialización de Alemania como ejemplo
A mediados del siglo XIX Alemania era una suma destartalada de principados y estados, anclados en un pasado feudal, con una industria muy especializada y concentrada en la zona del Rhur, que era incapaz de absorber el excedente de población generado por una aldea feudal poco productiva.
“Precisamente en aquella época llovían sobre Alemania los miles de millones de francos franceses, el Estado pagó sus deudas; fueron construidas fortificaciones y cuarteles, y renovados los stocks de armas y de municiones; el capital disponible, lo mismo que la masa de dinero en circulación aumentaron, de repente, en enorme proporción. Y todo esto, precisamente en el momento en que Alemania aparecía en la escena mundial, no sólo como «Imperio unido», sino también como gran país industrial. Los miles de millones dieron un formidable impulso a la joven gran industria; fueron ellos, sobre todo, los que trajeron después de la guerra un corto período de prosperidad, rico en ilusiones, e inmediatamente después, la gran bancarrota de 1873-1874, la cual demostró que Alemania era un país industrial ya maduro para participar en el mercado mundial”
(...)
“Alemania apareció tarde en el mercado mundial. Nuestra gran industria surgió en la década del cuarenta y recibió su primer impulso de la revolución de 1848; no pudo desarrollarse plenamente más que cuando las revoluciones de 1866 y 1870 hubieron barrido de su camino por lo menos los peores obstáculos políticos. Pero encontró un mercado mundial en gran parte ocupado. Los artículos de gran consumo venían de Inglaterra, y los artículos de lujo de buen gusto, de Francia. Alemania no podía vencer a los primeros por el precio, ni a los segundos por la calidad. No le quedaba más remedio, de momento, que seguir el camino trillado de la producción alemana y colarse en el mercado mundial con artículos demasiado insignificantes para los ingleses y demasiado malos para los franceses.”
“ (…) En ningún sitio, y apenas se puede exceptuar la industria a domicilio irlandesa, se pagan salarios tan infamemente bajos como en la industria a domicilio alemana. Lo que la familia obtiene de su huerto y de su parcela de tierra, la competencia permite a los capitalistas deducirlo del precio de la fuerza de trabajo. Los obreros deben incluso aceptar cualquier salario a destajo, pues sin esto no recibirían nada en absoluto, y no podrían vivir sólo del producto de su pequeño cultivo. Y como, por otra parte, este cultivo y esta propiedad territorial les encadenan a su localidad, les impiden con ello buscar otra ocupación. Esta es la circunstancia que permite a Alemania competir en el mercado mundial en la venta de toda una serie de pequeños artículos. Todo el beneficio se obtiene mediante un descuento del salario normal, y se puede así dejar para el comprador toda la plusvalía. Tal es el secreto de la asombrosa baratura de la mayor parte de los artículos alemanes de exportación”
(Engels, Prefacio de 1887 a CONTRIBUCION AL PROBLEMA DE LA VIVIENDA)
En este cuadro de retraso en la industrialización alemana, se da la competencia entre las dos grandes naciones donde el capitalismo se está desarrollando a marchas forzadas, Inglaterra y Francia. La primera había hecho su revolución burguesa en el siglo XVII, y en el XVIII había acabado con los restos feudales en Escocia, al derrotar la revuelta jacobita. El capitalismo estaba haciendo la revolución industrial, que el campo tomó la forma de revolución agraria. Por su parte Francia, en 1789, se había liberado de las ataduras aristocráticas y la propiedad feudal de la tierra, de tal manera que el capitalismo tuvo el campo abierto para desarrollarse plenamente.
Ambas naciones burguesas se lanzan al dominio del mundo, con una división internacional del trabajo donde la industria textil y metalúrgica británica se impone. Francia, incapaz de competir con Inglaterra en ese terreno, se especializa en la industria del lujo. El textil británico se nutre del algodón de los esclavos en los EE UU, Francia, por su parte, encuentra en la aldea alemana una fuerza de trabajo barata, y los capitales franceses invierten masivamente en Alemania, como poco después hará en Rusia. De esta manera entra el capitalismo en el rural alemán. Italia se convierte, por su parte, en receptora de inversiones británicas en sistemas ferroviarios.
La tesis de Trotski del desarrollo desigual y combinado se confirma plenamente; los capitalistas más avanzados como ingleses y franceses industrializan países como Alemania e Italia, como los EE UU harán con Japón. La conclusión de este fenómeno combinado de inversiones extranjeras con el desarrollo de una burguesía nacional dará como fruto la necesidad de una nueva división internacional del trabajo. Alemania, Italia, los EE UU, Japón,... ya en la fase imperialista del capitalismo, pedirán primero, y exigirán después, su parte en la tarta de un mundo dividido hasta ese momento entre dos grandes potencias, Gran Bretaña y Francia.
De la misma manera que Alemania presentó sus credenciales como potencia emergente en la guerra Franco Prusiana, que terminó con la derrota de la primera y la Comuna de París, Japón lo hizo frente a Rusia, a la que derrotó en 1905, y los EE UU frente al Estado Español, al arrebatarle los restos de su imperio, Cuba, Filipinas y Guam. En el circo mundial crecían los enanos, al calor de un desarrollo inusitado de las fuerzas productivas, de los grandes inventos de finales del XIX y comienzos del XX que sentarán las bases del salto a la fase imperialista del capitalismo; la guerra era absolutamente inevitable. Marx dijo que “entre dos derechos, el que decide es la fuerza”.
Gran Bretaña y Francia estaban agotadas, se habían convertido, en palabras del propio Marx, en “estados rentistas” que vivían del “corte del cupón”. Sus inversiones en el extranjero habían debilitado su base industrial, mientras los estados citados, especialmente Alemania y los EE UU, desarrollaban una poderosa industria, a la que incorporaban los adelantos técnicos que incrementaban su productividad. Era cuestión de tiempo que pidieran por la fuerza lo que, evidentemente, no se les iba a conceder de buen grado.
La I y la II Guerra Mundial fueron los momentos en los que chocaron entre ellos, dejando en medio de ambos a las potencias perdedoras, Gran Bretaña y Francia, que profundizaron su decadencia a pesar de la victoria frente a Alemania. Tras la Iª, Lenin les recordó que “no alardeen” de su victoria, puesto que están endeudadas hasta la camisa con los EE UU. El reparto iniciado en 1914 culminó en 1945, de donde salió una nueva potencia hegemónica: los EE UU, en un mundo destruido, y las dos potencias que se habían presentado como alternativas, Alemania y Japón derrotadas.
La hegemonía en crisis: se acaba la paridad “dólar-oro”
Desde 1945 los EE UU hegemonizan el mundo, que se sintetizó en el establecimiento del acuerdo de Bretton Woods y el paridad “dólar-oro”. Esta paridad simbolizaba el poderío de una economía que era la fábrica y el banquero del mundo, que dominaba más del 50% del comercio mundial, cuyo PIB era superior a la suma de todos los PIBs del resto de potencias. Esta hegemonía económica se manifestaba en el control de las instituciones políticas construidas a su “imagen y semejanza”, con el FMI y el BM como mascarones de proa.
El crack del 67 anuncia el final de los “treinta gloriosos”, y de cómo la tendencia decreciente de la tasa de ganancia actuaba sordamente carcomiendo las bases de esa hegemonía. El símbolo actual de esta decadencia que comenzó a finales de los 60, la tenemos en la ciudad de Detroit, sede de la industria del automóvil y de las “tres grandes”. De ellas, sólo Ford ha logrado en algo mantenerse a flote. Pero General Motors, quebró en el 2009 y debió de ser “rescatada” por el gobierno. Chrysler se “fusionó” con Fiat y apenas si sobrevive.

En 1973 el presidente Nixon anuncia la ruptura de la paridad dólar-oro; un reconocimiento explicito de que la economía norteamericana ya no podía soportar esa presión. Las reservas de oro de los EE UU se habían reducido significativamente, los competidores destruidos en 1945, Japón y Alemania comenzaban a arañar una parte importante del comercio mundial, y la diferencia entre ellos tendía a reducirse. La cuota de la plusvalía mundial que financiaba a los EE UU se reducía, debilitándolo: estos son los motivos que condujeron a la ruptura del acuerdo de Bretton Woods y la paridad dólar oro.
A partir de aquí, en una huida hacia adelante, el imperialismo yanki deja en flotación su moneda (quintaesencia del neoliberalismo: privatizar la fabricación de moneda de los estados), que se convierte en valor refugio apoyado en su manifiesta superioridad económica y política. Pero no es una medida ofensiva, sino absolutamente defensiva: el dólar ya no vale lo que el oro, sino lo que “la mano oscura del mercado” decida, que en la fase imperialista del capitalismo está totalmente mediatizada por la existencia de los trust y las grandes multinacionales, además del control político de las instituciones. No estamos ya en el “laissez faire”, sino en la “planificación” imperialista, donde la “mano oscura” depende de las decisiones de los oligopolios. Por esto, es totalmente defensiva, el dólar no se protege de manera natural por el valor del oro, sino por la fuerza de los marines.
De nuevo nos encontramos con la ley del desarrollo desigual y combinado actuando en un proceso social. Los destruidos estados del Eje, Alemania y Japón, crecen gracias a las inversiones norteamericanas, sus burguesías imperialistas se recomponen de la derrota sufrida, mientras que las leyes del capitalismo actúan también en el interior de los EE UU, debilitándolo en relación a esos estados. La tendencia no es a un aumento de las desigualdades entre la potencia hegemónica y las demás, sino a la inversa, a la confluencia entre ellas.

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