Ángeles
Maestro.
Texto
escrito para las XVII Jornadas Independentistas Galegas “Actualización y
vigencia del marxismo. Tomar el cielo por asalto”. Santiago de Compostela 20 de
mayo de 2013.
Los primeros análisis rigurosos sobre la vinculación del
patriarcado con la propiedad privada y la sociedad dividida en clases son
producidos por el análisis marxista.
Fue precisa la acumulación histórica de experiencia de lucha y de
conocimientos por parte de la clase obrera explotada, alcanzada con el
capitalismo, para producir la teoría capaz de explicar las raíces de la
dominación de clase y específicamente de la opresión de las mujeres.
La
teoría política que identificó a quienes más sufren la explotación y la
desposesión como sujeto revolucionario capaz de dirigir la emancipación del
conjunto de la humanidad, tuvo necesariamente que enfrentar las condiciones
específicas de la liberación de quienes soportan la opresión más intensa y
oculta del proletariado.
Los
trabajos de Engels y Marx no fueron informes académicos. Ambos eran militantes
activos del movimiento obrero. Sus debates y conclusiones cobraban vida
palpitante en las luchas obreras y tuvieron una influencia destacada en la I
Internacional.
La
obra de los y las marxistas tiene, como todo producto humano, un carácter
histórico concreto y, por tanto, las limitaciones correspondientes al nivel de
desarrollo del conocimiento científico y de la lucha de clases de su
época.
En
este trabajo se pretende realizar una aproximación a la vigencia de la
metodología del materialismo dialéctico y de los principios básicos del
feminismo marxista, como proceso contradictorio y en construcción. Para este
acercamiento se parte casi exclusivamente de datos europeos o de marxistas
estadounidenses.
1. El feminismo marxista, de la I Internacional a la Comuna de
París
La
historia del movimiento obrero está atravesada, al menos desde los tiempos de
la I Internacional, por duros debates acerca de varias cuestiones relacionadas
con las mujeres: su papel en la lucha, si la emancipación de las mujeres se
agota o no en los estrictos términos de la lucha de clases y si – en
consecuencia - ésta queda resuelta automáticamente con la toma del poder por la
clase obrera. (No sé si se entendería mejor de otra manera)
El feminismo erigido como praxis dirigida a conseguir la liberación
de las mujeres de toda forma de opresión – y no sólo destinado a producir
teorías abstractas de dudoso interés práctico – ha tenido la necesidad de
dialogar con el marxismo, si bien la fluidez del debate y su conexión ha
variado dependiendo de las diferentes épocas y de las diversas corrientes de
pensamiento.
A pesar de las críticas
realizadas desde el feminismo hacia los partidos comunistas por haber relegado
durante décadas la lucha por la liberación de las mujeres – la mayor parte de
las veces llenas de razón - es
innegable que
tanto Marx, como Engels, realizaron la primera y más radical disección de su
opresión y explotación. La especificidad
de la opresión de las mujeres en las formaciones socio-económicas clasistas
aparece con fuerza desde sus primeros trabajos. Ambos autores identifican con
claridad que si bien dicha opresión está vinculada en cada estructura social a
las correspondientes relaciones de producción, las relaciones de dominación
definidas por el patriarcado atraviesan formaciones ideológicas más profundas –
que la ideología dominante expresa – pero que tienden a perpetuarse con fuerza
y que son difíciles de erradicar.
La vinculación del surgimiento del patriarcado con la
aparición de la sociedad de clases y la
propiedad privada que Federico Engels llevó a cabo en “El origen de la familia,
la propiedad privada y el Estado”, aunque matizada después, es estructural.
Engels se basó, lógicamente, en los estudios etnográficos
disponibles en su momento, que fueron resituados posteriormente cuando se
aportaron datos sobre existencia de opresión a las mujeres antes de que se
pudiera hablar propiamente de sociedad de clases, como se verá más adelante. En
nada atenúa este hecho la fuerza de su conclusión: “el surgimiento de la
familia nuclear es la derrota del sexo femenino a nivel mundial”, que es
antológica. Así mismo es inaugural la vinculación de la monogamia con la
propiedad privada y con el Estado, y por tanto con la dominación: “la monogamia no aparece de
ninguna manera en la historia como un acuerdo entre el hombre y la mujer, y
menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en
escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la
proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la
prehistoria (…) el primer antagonismo de clases que apareció en la historia
coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la
monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el
masculino”[1].
No es casual que, de la misma forma que el surgimiento del
materialismo histórico ha requerido de un determinado nivel de desarrollo de
las relaciones de producción y de la lucha de clases, hubiera que esperar al
capitalismo para encontrar formulaciones teóricas mas acabadas del feminismo. A
pesar de ello, el feminismo del siglo XIX no inaugura la lucha histórica de las
mujeres por su emancipación que, no sólo es muy anterior, sino que ha conocido
etapas en las que el poder y la independencia de las mujeres eran muy
superiores, negando una vez más cualquier concepción evolucionista – y por lo
tanto reformista – del proceso emancipatorio, también en el feminismo.
Pese a todos los intentos de la ofensiva
ideológica de los Estados burgueses por negar a los pueblos el legado de la
resistencia, podemos encontrar ejemplos de que la lucha por la liberación de
las mujeres es una constante y no una excepción en la historia de la humanidad.
En la segunda mitad del siglo XIII encontramos el ejemplo de la secta
dulcinita, un movimiento armado de carácter religioso (considerado herético y
aplastado por la Iglesia) entre cuyas reivindicaciones se encontraba “una
sociedad igualitaria basada en la propiedad comunal y la igualdad de sexos”. La
lucha infatigable del pueblo irlandés contra la opresión nacional también está
plagada de ejemplos de este tipo, uno de los cuales es la participación de
mujeres armadas (muchas como oficiales) en la primera proclamación de la
República de Irlanda en la Insurrección de Pascua de 1916. Estas guerrilleras
formaban aproximadamente la mitad de los efectivos de la milicia obrera
conocida como Ejército Ciudadano, el único grupo marxista participante en este
levantamiento.
Como veremos, y sin que este trabajo tenga como
objetivo polemizar con sectores del movimiento feminista, tesis como la de Zillah Eisenstein que afirma
taxativamente: “Tanto las feministas radicales como las feministas
socialistas están de acuerdo en que el patriarcado precede al capitalismo,
mientras que los marxistas creen que el patriarcado nació con el capitalismo”[2] expresan un malentendido ampliamente extendido
en el feminismo, que enfrenta de forma poco rigurosa el análisis de clase
con la lucha por la liberación de las mujeres. El malentendido tendría su
origen en un error burdo: la confusión entre capitalismo y sociedad dividida en
clases y podría dar cuenta del enésimo intento de devaluar el rigor
metodológico del marxismo.
No obstante, la confrontación de
posiciones, y sobre todo de prácticas, en el seno del movimiento obrero acerca
de la lucha por la liberación de las mujeres ha sido muy dura; tanto porque se
refiere a un proceso en desarrollo, como porque incide sobre aspectos
esenciales de la identidad de las mujeres y de los hombres, en buena medida
inconscientes.
Marx y Engels en “La sagrada familia”[3] afirmaban contundentes: “Los progresos sociales y los cambios
de periodos se operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la
libertad y las decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento
de la libertad de las mujeres... porque aquí, en la relación de hombres y
mujeres, del débil y el fuerte, la victoria de la naturaleza humana sobre la
brutalidad, es más evidente. El grado de emancipación de la mujer es la medida
natural de la emancipación general”, “El cambio de una época histórica puede
ser siempre determinado en función del progreso de las mujeres hacia la
libertad” “Nadie resulta más profundamente
condenado que el propio hombre por el hecho de que la mujer permanezca en la
esclavitud”.
A
mediados del siglo XIX la incorporación al trabajo de mujeres y niños era ya
masiva en los países mas industrializados. Engels en “La situación de la clase
obrera en Inglaterra”[4] , escrita en 1845, refiere que casi la mitad de la clase obrera industrial tenía
menos de 18 años y algo más de la mitad eran mujeres. Relata las graves
repercusiones para la salud de las mujeres de las largas jornadas de trabajo y
de la ausencia de cualquier tipo de protección de la maternidad: “cuando están
embarazadas continúan trabajando en la fábrica hasta el momento del parto, de
otra forma, perderían sus salarios y temen que se las sustituya si dejan de
trabajar demasiado pronto. Con frecuencia ocurre que las mujeres están
trabajando una noche y a la mañana siguiente, dan a luz en la fábrica, entre la
maquinaria... Si no se obliga a estas mujeres a regresar al trabajo antes de
dos semanas, están agradecidas y se sienten afortunadas. Muchas regresan a la
fábrica después de ocho e incluso después de tres o cuatro días...
Naturalmente, el temor a ser despedidas y el miedo al hambre las lleva a la
fábrica a pesar de su debilidad y desafiando al dolor”[5].
En el Manifiesto del Partido
Comunista (1848)[6] Marx
y Engels desvelan la hipocresía de los lamentos por la destrucción matrimonio
burgués y sitúan las posiciones desde las que construirán las líneas de trabajo
y de análisis del movimiento obrero: “La burguesía desgarró los velos emotivos
y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad
económica de las relaciones familiares (…) ¡Abolición de la familia! Al
hablar de estas intenciones satánicas de los comunistas, hasta los más
radicales gritan: ¡escándalo!. Pero veamos: ¿en qué se funda la familia actual,
la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. Sólo la
burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia
encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los
proletarios y en la pública prostitución.(...)¡Pero es que vosotros, los
comunistas, nos grita a coro la burguesía entera, pretendéis colectivizar a las
mujeres! El burgués, que no ve en la mujer más que un simple instrumento de
producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de
producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el
régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer. No advierte que de
lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como
mero instrumento de producción”.
La I Internacional se enfrentó con la necesidad de establecer con
claridad la línea política del movimiento obrero en relación con el trabajo de
las mujeres. La confrontación de posiciones como cuenta Clara Zetkin[7] fue
durísima e irreconciliable. En su trabajo “La cuestión femenina y la lucha
contra el reformismo” relata como el tema del trabajo de las mujeres fue objeto
de duros enfrentamientos en el seno de la I Internacional que se ocupó de ello
en dos ocasiones, en 1866 y 1875.
Ante la brutal explotación de mujeres, niñas y niños se
enfrentaron dos posiciones antagónicas: “Los radicales anarquistas del Jura
suizo, aliados con los proudhonianos franceses se declararon contrarios al
trabajo de la mujer en la industria. Con el mismo estilo con el que el
ciudadano francés Chaumette, durante la revolución francesa, se había dirigido
bondadosamente a las mujeres parisinas, las cuales deseaban ardientemente
defender con las armas la república amenazada por la Europa monárquica,
intentando persuadirlas de que volvieran a sus casas para el abnegado
cuidado de su hogar y el cuidado de los niños, a fin de que nuestros
ojos puedan mirar tranquilamente el dulce espectáculo de nuestros hijos
asistidos por vuestros amorosos cuidados, Coullery, presidente de la
Sección de Chaux des Fonds – en la Suiza francesa – en la cual más tarde los
bakuninistas tomarán el timón, fundamentaba del mismo modo su antipatía hacia
el trabajo industrial de las mujeres con declaraciones tanto o más patéticas
afirmando entre otras cosas que la mujer la sacerdotisa de la llama sagrada
del hogar, debería haberse quedado en casa. Un delegado parisino
declaró que la familia es el fundamento de la sociedad. El puesto de
la mujer está en el hogar. Nosotros no sólo queremos que no deje ese puesto y
no participe en ninguna asamblea política y no vaya a las charlas en los clubs;
también queremos que, si esto no fuera posible, no se comprometa en ningún
trabajo industrial. Parte de los delegados parisinos propusieron una
resolución por la cual el Congreso condenaba el trabajo de las mujeres como
una degeneración física, moral y social, y asignaba a la mujer su puesto en el
seno de la familia, como educadora de los hijos. Finalmente el congreso de
la AIT apoyó mayoritariamente el informe británico, redactado por Marx en el
que se establecía la negativa rotunda a prohibir el trabajo de las mujeres en
la industria. La lucha del movimiento obrero debía ir dirigida a la protección
de las obreras, excluyéndolas del trabajo nocturno y peligroso y a la elevación
de la edad mínima para el trabajo en la adolescencia. En ese informe se
establece por primera vez la reivindicación de la jornada de 8 horas para todas
las trabajadoras y trabajadores adultos.
La historia de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT)
es también la de la organización y participación de las mujeres, del papel de
sus huelgas y de las cajas de resistencia sostenidas por la Internacional. La
primera en adherirse fue la liga de las pantaloneras de Inglaterra en 1867.
Destacan en este periodo las hilanderas de Lyón cuyo lema era “Vivir trabajando
o morir combatiendo”. Estas trabajadoras consiguieron en 1869, tras una dura
huelga de más de cuatro semanas, la disminución del tiempo de trabajo de 12 a
10 horas diarias sin reducción salarial. El importante apoyo de la
Internacional a su caja de resistencia fue decisivo. Estas trabajadoras
firmaron el “Manifiesto de mujeres lionesas pertenecientes a la Internacional”
en 1870, ante la guerra franco prusiana. En él [8]
instaban a los jóvenes a negarse a hacer el servicio militar. Inauguraban así
la historia de resistencia obrera a las guerras imperialistas. Un corresponsal
inglés de la época escribía: “Si los franceses fueran sólo mujeres, ¡qué pueblo
tan terrible serían!”.
La influencia de la AIT entre la clase obrera era creciente. Se
acercaba la Comuna de París, la primera gran revolución de la historia en la
que la clase obrera conquista el poder del Estado. Una revolución apoyada
fervientemente por Carlos Marx, a pesar de que inicialmente valoraba que la
situación no estaba suficientemente madura, en su informe al General de la
Asociación Internacional de los Trabajadores. Sus palabras no dejan lugar a
dudas: “La Historia no tiene otro ejemplo de tal grandeza. Con la lucha en
París, la lucha de la clase obrera contra la clase capitalista y su Estado ha
entrado en una nueva fase”[9].
Las mujeres obreras y las de la pequeña burguesía parisina jugaron
un destacado papel en la defensa armada del París revolucionario. Una mujer,
Louise Michel, es su mayor símbolo. Fueron muchas las mujeres que impidieron,
cubriendo con sus cuerpos los cañones de Montmartre (que el pueblo había
financiado), que fueran trasladados a Versalles. Defendieron junto a sus
compañeros con las armas en la mano las barricadas. El odio de la burguesía se
expresa en femenino para denostar a quienes utilizaban todas las bombas
incendiarias a su alcance para detener el avance de la reacción. Las llamaron
“petroleuses” e integraron el heroico destacamento de 10.000 obreros y obreras
asesinados en los muros del cementerio Pére Lachaise. El recuerdo de estas y
estos primeros comunistas[10], como sentenció Marx “se conservará en el gran corazón de la
clase obrera”[11]
El
movimiento obrero aprendió de la Comuna lecciones inolvidables. La más importante,
que: “La clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar posesión de la
maquinaria del Estado y servirse de ella para sus propios fines”. En una nueva
edición del Manifiesto Comunista en 1872 Marx planteó ya que “la revolución
obrera debe necesariamente hacer trizas el aparato del Estado burgués”. Este
hecho crucial fue desarrollado por Lenin en “El Estado y la revolución” donde
establece que la obra creadora de la revolución proletaria no se circunscribe a
ocupar el Estado burgués. Implica algo mucho más complejo: la destrucción del
orden material y simbólico burgués desde sus raíces, incluidas aquellas que
anidan en nuestros cerebros. Esta tesis básica del marxismo apunta a lo que el
Che llamará “la construcción del ser humano nuevo”. Pero también remite a la
complejidad que entraña la emancipación de las mujeres y a la necesidad de
demoler las seculares estructuras mentales de dominación/sometimiento,
consustanciales no sólo a la dominación
de clase, sino al patriarcado, que encadenan la libertad de mujeres y hombres y
que están enraizadas en lo simbólico y en el inconsciente con especial fuerza.
Las duras luchas de la segunda mitad del siglo XIX fueron
configurando un movimiento obrero cada vez más poderoso en organización y
conciencia. Se fueron conquistando cambios en las leyes, en la situación de la
clase obrera y con ella, de las condiciones laborales de las mujeres y los
niños, aunque muy lentamente. En el Estado español, tras grandes huelgas y
manifestaciones obrera se prohibió en 1901 el trabajo de niñas y niños menores
de 10 años, aunque la realidad seguía campando por sus respetos, de forma que
Miguel Hernández pudo escribir en 1936, con plena vigencia, “El niño yuntero”[12]
Niña
trabajando en una industria textil[13]
El gráfico que se reproduce más abajo en el que se representa la
caída de la mortalidad por tuberculosis en varones, de 0 a 64 años, desde 1930
a 1960, en Inglaterra. En ella se observa como el descenso más brusco se opera
significativamente antes de la aparición de las sulfamidas y los antibióticos.
Es decir, son las mejoras en las condiciones laborales (reducción de jornada,
salud laboral, prohibición del trabajo infantil, etc) y de vida (alimentación,
vivienda, vestido, higiene pública), arrancadas a través de la lucha obrera las
que determinan la disminución de la mortalidad en una proporción mucho más alta
que la que sería atribuible a los servicios sanitarios.
Destaca el hecho clamoroso de que, a pesar de que la proporción de
mujeres en la industria era algo mayor que la de hombres en Inglaterra y de que
– en el caso de las mujeres - al desgaste producido por el trabajo, hay que
sumarle el derivado del parto, de la lactancia y de la menstruación, este
estudio[14] – por
otra parte paradigmático en el ámbito de la salud pública – se refiere
exclusivamente a hombres.
2. Reformismo y
revolución. Avances y retrocesos en la lucha por la liberación de la mujer
Como señala Andrea D´Atri “bajo la denominación de marxismo no se
haya una corriente homogénea y monolítica. Para empezar, habría que diferenciar
entre corrientes reformistas y revolucionarias, algo que no es de menor
importancia cuando tratamos la cuestión de la opresión de las mujeres”[15].
La misma autora destaca la coincidencia dentro de partidos que se
identifican como marxistas, constatable en diferentes países y épocas
históricas, entre las posiciones más contrarrevolucionarias y las menos
proclives a la emancipación de las mujeres. Además los debates en su interior,
han estado atravesados por contenidos patriarcales e incluso por lenguajes
rayanos en la misoginia cuando la adversaria era una mujer. Epítetos y frases
que jamás se utilizarían análogamente en el caso de un oponente masculino se
esgrimen para descalificar posiciones políticas defendidas por mujeres en
ámbitos de la política general, no necesariamente en el estrictamente feminista[16].
2.1 Rosa Luxemburg
La socialdemocracia alemana es el ejemplo más claro; especialmente
el duro y largo enfrentamiento de Rosa Luxemburg con su todopoderosa dirección.
La capacidad de Rosa Luxemburg, la mujer más importante de la historia del
movimiento obrero, para demostrar de forma demoledora la inconsistencia de la
estrategia reformista de la dirección del SPD hizo, en un principio, que sus
dirigentes intentaran circunscribir la actividad política de Rosa al ámbito de
la organización de mujeres. Sin éxito, como es sabido. Pero cuando la
incidencia de sus posiciones contrarias a la guerra y su defensa de la
revolución soviética se hizo más peligrosa para la socialdemocracia y para el
orden imperialista en su conjunto, los métodos fueron otros.
Rosa Luxemburg y Karl Liebnecht se convirtieron estrictamente en
enemigos a batir desde que dirigieron el levantamiento de la clase obrera
alemana que amenazaba con seguir los pasos de la revolución soviética, en el
país que constituía la clave de bóveda del imperialismo europeo. Su asesinato a
manos de los Freikorps –“cuerpos francos”
paramilitares– movilizados por el gobierno socialdemócrata, bajo la batuta del
Ministro Gustav Noske, demostró de la manera más dramática, tajante e
irreversible cómo las posiciones reformistas de la socialdemocracia no eran
sino una vergonzante máscara de su alineamiento con la estructura de dominación
del capital. El hecho de que los Freikorps
fuesen el principal germen del posterior movimiento nacionalsocialista
muestra de forma ejemplar cómo la socialdemocracia, por muchos disfraces que se
ponga, acaba siempre en el otro lado de la barricada: en el lado del capital.
A Rosa Luxemburg, antes de recibir un tiro en la sien, le
machacaron la cabeza a culatazos. Era la materialización brutal del intento de
aniquilar el pensamiento de quien la víspera de su asesinato, desde la
cárcel, escribía orgullosa: “¡El orden
reina en Berlín! ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de
que vuestro orden está levantado sobre arena. La revolución se erguirá mañana
con su victoria y el terror asomará en vuestros rostros al oírle anunciar con
todas sus trompetas: ¡Yo fui, yo soy, yo seré!”[17]
2.2 La Revolución de
Octubre.
La Revolución Soviética, la Revolución por
excelencia, fue también la que forjó los avances más extraordinarios en la
situación real de las mujeres y en la que se generaron líneas de pensamiento
más audaces en relación con la independencia de las mujeres, la libre opción
sexual y la lucha consciente para “sustituir la familia por otras opciones más
razonables, más racionales, basadas en los individuos separados”[18].
En los años que precedieron a la Revolución
Rusa se desplegó el potente movimiento feminista soviético dirigido por Inessa
Armand y Alexandra Kollontai. Ambas habían participado junto a Rosa Luxemburg y
Clara Zetkin en la agitación revolucionaria e internacionalista contra la I
Guerra Mundial. Kollontai fue la única mujer miembro del Comité Central del
Partido Bolchevique durante la clandestinidad y en los diferentes debates
internos mantuvo su alineamiento con Lenin.
Alexandra Kollontai decía en un folleto de
1909[19]
algo tan vigente como lo siguiente hablando de las feministas liberales: “A
pesar de la aparente radicalidad de las demandas feministas, no hay que perder
de vista el hecho de que las feministas no pueden, en razón de su posición de
clase, luchar por la transformación fundamental de la sociedad, sin la que la
liberación de la mujer no podrá ser completa”.
Inessa Armand fue la principal impulsora de
la I Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas. En su Informe, su última
obra porque murió de cólera a los pocos días, da cuenta del enfrentamiento de
posiciones con la II Internacional en este tema: “Además de la incapacidad
general de la II Internacional para la lucha revolucionaria por el socialismo,
sus elementos dirigentes estaban ellos mismos empapados hasta la médula de
prejuicios filisteos sobre la cuestión de la mujer, y por esta razón, además de
su traición general al proletariado en su lucha por el poder, la II
Internacional es responsable de varias traiciones descaradas a las mujeres
trabajadoras en el área de las demandas democráticas generales más elementales.
Por ejemplo, en cuanto a la cuestión del sufragio femenino universal: los
representantes de la II Internacional o bien no hicieron absolutamente nada (Francia,
Bélgica), o la sabotearon (Austria), o la distorsionaron (Inglaterra)”[20].
La victoria de Octubre de 1917 cambió
radicalmente los derechos de las mujeres. Nunca antes en la historia se había
producido tal avance; en pocos países europeos está ahora mismo reconocido
alguno de ellos y los muy parciales avances conseguidos están ahora en proceso
de desaparición.
La lista es enorme, sólo refiero algunos
datos. No sólo se estableció el divorcio, sino que una mujer podía reclamar
pensión infantil de un hombre con el que no estuviera casada. En 1920 los
Comisariados del Pueblo para la Salud y el Bienestar Social (Alexandra
Kollontai) y para la Justicia establecieron: “El aborto, la interrupción
del embarazo por medios artificiales, se llevará a cabo gratuitamente en los
hospitales del Estado, donde las mujeres gocen de la máxima seguridad en la
operación”. Las mujeres tenían el mismo salario que los hombres por el
mismo trabajo. Había comedores públicos muy baratos en barrios, lugares de
trabajo y estudio, y que para los niños eran gratuitos. Se instalaron
lavanderías, guarderías y casas comunales intentando hacer realidad el objetivo
formulado por el Partido Bolchevique en 1919: “Sin
limitarse sólo a las igualdades formales de las mujeres, el Partido tiene que
liberarlas de las cargas materiales del obsoleto trabajo familiar y sustituirlo
por casas comunales, comedores públicos, lavanderías, guarderías, etc.Aquí cabe
reseñar que, si bien los avances en la colectivización del trabajo doméstico
fueron muy importantes, no existen apenas datos que reflejen el trabajo
ideológico acerca de la corresponsabilización de los hombres en tareas caseras
y cuidados.
Se abolieron todas las leyes contra la
homosexualidad y contra todo tipo de actividad sexual consentida, bajo este
principio: “La legislación soviética se basa en el siguiente principio:
declara la absoluta no interferencia del Estado y la sociedad en asuntos
sexuales, en tanto que nadie sea lastimado y nadie se inmiscuya en los
intereses de alguien más”.
Cuando
en el Estado español la patronal aprovecha la actual crisis capitalista y la
precariedad laboral instalada desde hace décadas para despedir sin
contemplaciones a trabajadoras embarazadas[21] español, destaca por encima de
todo los altos niveles de protección de la maternidad alcanzados en la URSS
hace casi un siglo. La Ley prohibía el turno de noche y las horas extras a las
embarazadas, establecía ocho semanas de licencia de maternidad plenamente
remunerada, descansos de media hora cada tres horas para la lactancia e
instalaciones de descanso en las fábricas, servicios médicos gratuitos antes y
después del parto y bonos en efectivo.
Pero
no se trataba sólo de cambios en las condiciones materiales. La necesaria
revolución en las ideas estaba presente en los grandes debates. Trotski
escribía en 1920: “Para cambiar nuestras condiciones de vida debemos aprender a
mirar a través de los ojos de las mujeres”
Lenin
resume las condiciones que requiere la conciencia revolucionaria y en qué
medida sólo puede serlo si defiende los intereses del conjunto de las y los
oprimidos: “La conciencia de clase de los trabajadores no puede ser verdadera
conciencia política si los obreros no están capacitados para responder a todo
tipo de tiranía, opresión, violencia o abuso, no importa la clase que se vea
afectada. (…) Debemos erradicar el viejo punto de vista de amo del esclavo,
tanto del partido como de las masas. Es una de nuestras tareas políticas, una
tarea tan urgente y necesaria como la formación de un núcleo de camaradas, hombres
y mujeres, con una sólida preparación teórica y practica, para el trabajo del
Partido entre las mujeres trabajadoras”[22].
Las
conquistas soviéticas en cuanto a la emancipación de las mujeres no fueron
definitivas. El impulso revolucionario chocó con los terribles avatares a que
tuvo que enfrentarse. La guerra civil, el comunismo de guerra, el gigantesco
esfuerzo que supuso la aplastante victoria soviética sobre el nazismo y la
guerra fría, condicionaron drásticamente las condiciones de emancipación de las
mujeres.
Se
produjo la disociación que pretendía superar el Partido Bolchevique de los
primeros años de la Revolución. Al tiempo que avanzaba, a años luz del
capitalismo, la igualdad en el plano laboral y de forma muy destacada la
protección de la maternidad, así como los servicios sociales públicos que
liberaban del cuidado doméstico y de los cuidados a las mujeres, es decir las
condiciones materiales, las condiciones ideológicas de la emancipación
sufrieron una regresión. La insistencia de la propaganda oficial en el papel de
la mujer madre, en la función de la familia, incluso la prohibición del aborto
durante una época en la URSS, supusieron un gran retroceso ideológico que marcó
a la mayor parte de los partidos comunistas.
Aún
así, la situación de las mujeres en los países del “socialismo real” en cuanto
a igualdad real y conquistas sociales no tenía parangón con la de los países
capitalistas, incluidos los países europeos en pleno apogeo de lo que la
ideología dominante dio en llamar Estado del Bienestar”. En cuanto a la
participación social de las mujeres, en
ámbitos tan característicamente masculinos como el militar, remito al
interesante artículo publicado recientemente sobre las aviadoras soviéticas en
la II Guerra Mundial, “Las brujas de la noche”[23]
3.
El nuevo feminismo marxista.
La
obra de Simone de Beauvoir “El segundo sexo” (1949) introduce, en plena euforia
de un capitalismo de guerra fría que proclamaba el fin de la Historia, el
cuestionamiento de que la incorporación de las mujeres al trabajo abriera un
camino de progreso continuado que culminara en su liberación. Su obra
tiene el valor de reintroducir en el
debate político la denuncia del patriarcado en un modelo capitalista occidental
que mantenía intacta la dominación de clase, el expolio de las materias primas
de los pueblos de la periferia y las guerras imperialistas[24]. Si bien
la obra de Simone de Beauvoir sacude desde el punto de vista de la liberación
de las mujeres la autocomplacencia de un capitalismo imperialista que proporciona
niveles de vida relativamente altos a la clase obrera del centro del sistema,
no llega a vincular emancipación de las mujeres y revolución social.
El
estancamiento político y el retraso ideológico de la mayor parte de los
partidos comunistas europeos en el
periodo posterior a la II Guerra Mundial, marcado por la Guerra Fría en el Este
y por el Pacto Social del “Bienestar” , tuvo repercusiones nefastas en el
feminismo vinculado a la III Internacional.
En
contraste, al calor del periodo revolucionario vivido en los años 60 y 70,
marcado por el auge de la lucha de clases, la victoria de la Revolución Cubana,
las derrotas de las potencias coloniales por Movimientos de Liberación Nacional
en diferentes partes del mundo, la victoria de Vietnam y el final de las
dictaduras en el sur de Europa surgieron potentes análisis feministas, que
tenían como referente al marxismo. Estos estudios surgieron fuera de unas
anquilosadas estructuras estatales, que cada vez tenían menos, no sólo de
feministas, sino de comunistas.
Lo
más fecundo del pensamiento feminista radical de esa época supo utilizar
eficazmente las herramientas teóricas del marxismo, del psicoanálisis, de la
lucha contra el racismo y del anticolonialismo de las y los condenados de la
tierra. En este ámbito es clave la obra de dos mujeres: Kate Millet y “Política
Sexual” y Sulamit Firestone y su “Dialéctica de la sexualidad”. En ellas
analizan las relaciones de poder que estructuran la familia, la sexualidad y la
opresión racial. Su lema “lo personal es político” saca a la luz los pilares
ideológicos de la dominación y su relación con estructuras que perpetúan al
mismo tiempo la opresión de clase, de género y la dominación sobre los pueblos.
Más
tarde, otras dos mujeres que utilizan la metodología del materialismo
histórico, y por tanto de la lucha de clases como elemento explicativo
fundamental de los procesos sociales, marcan el feminismo marxista de finales
del siglo XX y comienzos del XXI: Sivia Federici y Gerda Lerner.
Ambas
construyen poderosos análisis históricos y antropológicos situados en etapas
muy diferentes, Federici en la transición del feudalismo al capitalismo y
Lerner en la construcción del patriarcado entre el año 3.500 y el 600 antes de
nuestra era en los pueblos que habitaron Oriente Medio y Asia Central.
3.1.
Silvia Federici. Calibán y la Bruja
Sin
menospreciar otras aportaciones del feminismo marxista destaca la obra de
Silvia Federici, que constituye la más importante aportación teórica de los
últimos años y que aporta novedades sustanciales en el análisis de un periodo
clave: la transición del feudalismo al capitalismo. Como ella misma señala,
“cada vez que se ha revisitado esta etapa histórica se han encontrado nuevas
perspectivas de los sujetos sociales y se han descubierto nuevos escenarios de
explotación y resistencia”.
Federici
se ha dotado de un objetivo poco común en el seno del pensamiento feminista:
“repensar el desarrollo del capitalismo desde una perspectiva feminista,
evitando las limitaciones de una historia de las mujeres separada del sector
masculino de la clase trabajadora”. Para concluir con un bagaje crítico de un
rigor difícil de igualar que “la reconstrucción de la historia de las mujeres o
la mirada de la Historia desde el punto de vista femenino implica una
redefinición de las categorías históricas aceptadas, que visibilice las
estructuras ocultas de dominación y explotación”.
Marx
en El Capital destruye el mito creado por la burguesía de una historia del
capitalismo vinculada con la libertad y la realización de derechos y vincula la acumulación originaria con la
expropiación masiva del campesinado europeo y de los pueblos originarios, con
el exterminio masivo de estos últimos, así como con la esclavitud[25].
Federici
se ubica en ese marco conceptual, pero sitúa en el centro del foco de su
análisis un fenómeno trascendental, oculto, mistificado y disociado: la caza de
brujas. A través de una documentación exhaustiva y de su lúcido análisis
destaca un hecho incontestable: el asesinato de cientos de miles de personas,
el 80% mujeres, se produjo en un periodo histórico, los siglos XVI y XVII, cuando las relaciones
feudales estaban ampliamente disueltas; de hecho Marx sitúa el comienzo de la
era capitalista en el siglo XVI y añade “Allí donde surge el capitalismo hace ya mucho tiempo que se
ha abolido la servidumbre y que el punto de esplendor de la Edad Media, la
existencia de ciudades soberanas, ha declinado y palidecido”[26]
La
autora demuestra que la amplitud geográfica de la caza de brujas – toda Europa
y América – evidencia que la feroz represión
no estuvo sólo vinculada a la iglesia católica, sino que fue llevada a
cabo por todas las variantes del cristianismo hegemónicas en los diferentes
países y contó con la decisiva colaboración del poder político y con todos sus
corifeos: filósofos, juristas, médicos, jueces, etc. El mito de que fue un
vestigio de superstición medieval, arcaico y lejano en el tiempo – y por tanto
desvinculado de la instauración del capitalismo - se desmorona como un castillo de naipes.
La
acumulación originaria de capital tiene en la caza de brujas un elemento
necesario y estructural, relacionada directamente, a su vez, con la
colonización y el esclavismo. La violencia y el terror masivos sobre los
pueblos, y especialmente sobre las mujeres, fueron sus instrumentos
principales.
Federici
cita la importancia que para su trabajo tuvo la obra de María Mies “Patriarchy
and Accumulation on a Wold Scale” y la conexión que en ella se establece entre
el destino de las mujeres en Europa y el de los súbditos de las clases
dominantes europeas en las colonias. Con ello se abrían nuevas perspectivas
para comprender el papel de las mujeres en el capitalismo.
El
sugestivo título de la obra de Federici “Calibán y la Bruja” vincula los dos
personajes claves que estructuran su recorrido histórico en torno a los
elementos “Mujer, cuerpo y acumulación originaria de capital”. Calibán, el
cuerpo proletario convertido en una gran
máquina de trabajo, no sólo representa la resistencia anticolonial, sino
que simboliza al proletariado mundial en lucha, a los condenados de la tierra
que se enfrentan al capitalismo. La Bruja
encarna el tipo de mujeres que la feroz represión no llegó a destruir:
la partera, la curandera, la hereje, la independiente, la mujer obeah que envenenaba
la comida del amo e inspiraba la rebelión de los esclavos.
El
texto de la canción “Mujer Obeah” de Nina Simone[27] trae
esos ecos, grabados a sangre y fuego en la memoria colectiva el pueblo negro
americano:
“Soy la mujer de la brujería africana bajo el mar
Para llegar a satanás tienes que pasar a través de mí
Porque conozco a los ángeles por su nombre
Puedo comer el trueno y beber la lluvia
Puedo besar la luna y abrazar al sol
Pero a veces el peso es demasiado grande”.
La
tesis central de Calibán y la Bruja, minuciosamente construida a través de una
documentación exhaustiva, plantea que la caza de brujas – planificada y
ejecutada por la férrea alianza entre las estructuras religiosas y las
políticas – fue la respuesta del poder a la lucha popular que pretendió
emanciparse de las relaciones feudales – ya en franca decadencia – y oponerse a las expropiaciones masivas de
tierras y al cercamiento de los comunes. Frente al mito de la Europa de los
derechos y de las libertades, tan utilizado por las clases dominantes – Silvia
Federici afirma: “La caza de brujas fue el primer terreno de
unidad en la política de las nuevas Naciones-Estado europeas”.
El
objetivo del poder no era sólo arrancar la propiedad de lo común, sino destruir
las relaciones sociales y el poder popular que se estructuraban en torno a la
posesión compartida.
En
esas relaciones sociales que tuvieron como centro a la asamblea campesina y que
implican la colectivización de un saber no controlado por las clases
dominantes, el papel de las mujeres era fundamental. De ese saber formaban
parte, además de los conocimientos relativos a la salud y la enfermedad, todo
lo relativo a la sexualidad, a la fertilidad, al parto y a la reproducción,
hecho que en sí mismo era fuente de independencia y de poder para las mujeres.
La
persecución de la curandera, depositaria del saber empírico, transmitido de
generación en generación, fue el precedente necesario de la
institucionalización de la “ciencia” y el desarrollo de universidades ligadas
estrictamente a la iglesia – en las que a duras penas se abría paso el
conocimiento científico - y en las que estaba absolutamente prohibida la
entrada a las mujeres. Se estableció así la expulsión de las mujeres del saber
social, la negación del saber popular y la aparición de un saber “científico” profundamente misógino
y clasista.
El
hundimiento demográfico de los siglos XV y XVI convirtió las políticas de
estímulo de la natalidad en política de
Estado prioritaria y el control del cuerpo y de la capacidad reproductiva de
las mujeres en el objetivo a conseguir a cualquier precio: “Sus úteros se transformaron en territorio político
controlado por los hombres y el Estado: la procreación fue directamente puesta
al servicio de la acumulación capitalista”.
La acumulación originaria de capital se instauró
también sobre el saqueo masivo y el genocidio fuera de Europa. El exterminio
del 95% de los pueblos originarios de la América colonial se resolvió mediante
un recurso masivo a la esclavitud que tenía connotaciones diferentes a las de
las grandes sociedades esclavistas precedentes y que como demuestra Marx fue decisiva para
todo el desarrollo capitalista.
Patriarcado y racismo se funden pues en el
gigantesco magma de violencia en el que es engendrado el capitalismo y que se
hizo ideología, leyes, bulas papales, corpus científico, cárceles, potros de
tortura y hogueras. El destino de las mujeres rebeldes de las clases dominantes
era el convento o el manicomio. Pero el terror masivo sobre todo el pueblo y muy especialmente
sobre las mujeres, durante más de dos siglos,
fue necesario para producir un proletariado absolutamente desposeído y
condenado a aceptar sin condiciones la bárbara disciplina fabril. La caza de
brujas con su siniestro cortejo de tortura y la muerte, de pánico arraigado en
los cerebros, contribuyó decisivamente a facilitar el cercamiento de los
comunes, la expropiación de la tierra del pequeño campesinado y sobre todo, a
producir una clase trabajadora sumisa con una clave de bóveda oculta y
engendrada mediante el terror: las mujeres.
Las
mujeres obreras peor pagadas que los hombres, obligadas a asumir la producción
y la reproducción de la fuerza de trabajo, expropiadas de cualquier
reconocimiento, poder o independencia, degradadas, sometidas a la Iglesia,
fueron violentamente reprogramadas para transmitir la ideología dominante.
Si
la acumulación originaria, con ese plus de violencia sobre las mujeres y los
pueblos de las colonias, abre paso a la instauración del capitalismo, la caza
de brujas no remite exclusivamente al
pasado sino que como señala Federici “revela aspectos constantes de las
relaciones capitalistas”. La autora refiere como la acusación de brujería
reaparece en África, India, Nepal, Timor, etc exactamente con los mismos
objetivos para privatizar masivamente las tierras y expulsar a la gente
que las explotaba para subsistir y que
eran principalmente mujeres. Las compañías mineras, las multinacionales de los
agrocombustibles, de los transgénicos, de acuerdo con los gobiernos llevan a
cabo expropiaciones masivas que, otra vez, utilizan la acusación de brujería
como pretexto para la represión.
3.2.
Gerda Lerner
La vinculación entre patriarcado y esclavismo ha sido estudiada
también por Gerda Lerner, historiadora comunista y feminista[28], que
analiza el origen del primero en Oriente Medio y Asia Central hace cinco milenios. Su obra corrige
y desarrolla las aportaciones anteriores de Engels formulando la
trascendental tesis siguiente “la
apropiación por parte de los hombres de la capacidad reproductiva y sexual de
las mujeres ocurrió antes de la formación de la propiedad
privada y de la sociedad de clases. Su uso como mercancía está, de hecho, en la base de la
propiedad privada”. Sus estudios concluyen que
la institucionalización de la esclavitud se inició con la esclavización de las
mujeres de los pueblos conquistados; en cualquier sociedad conocida los
primeros esclavos fueron las mujeres. La subordinación sexual de las mujeres a
los hombres quedó establecida en los primeros compendios jurídicos aparecidos
en la historia. El poder y la fuerza del Estado la impuso y la dependencia
económica del cabeza de familia la perpetuó. Su conclusión fundamental abre
nuevas vías teóricas y prácticas a la lucha por la liberación de las mujeres:
“La esclavitud de las mujeres, que combina racismo y sexismo a la vez, precedió a
la formación y a la opresión de las clases. Las diferencias de clase estaban en
sus comienzos expresadas y constituidas en función de las relaciones
patriarcales”.
Mucho después de que la subordinación
económico-sexual fuera establecida en estas sociedades arcaicas aún las mujeres
conservaban un poder relativo en función de su papel de depositarias del saber
sobre la enfermedad y la reproducción. Eran las mediadoras por excelencia con
la divinidad que también estaba representada por poderosas diosas.
Este poder también sucumbió. Lerner destaca
la relación directa entre la plena instauración del patriarcado y la aparición
de las grandes religiones patriarcales monoteístas en Europa y Asia. “El derrocamiento de esas diosas poderosas y
su sustitución por un dios dominante ocurre en la mayoría de las sociedades del
Próximo Oriente tras la consolidación de una monarquía fuerte e imperialista”.
En las grandes religiones patriarcales, cuyo proceso de creación culmina con la aparición del cristianismo y el islamismo las diosas fueron
derrotadas. De esta forma, las bases ideológicas del patriarcado, íntimamente
vinculadas a la religión y al Estado,
conforman la cultura occidental dominante y atraviesan sus dos pilares
fundamentales: los principios judeocristianos y la filosofía aristotélica. Ambos se crearon y se han mantenido sobre la negación
consciente del saber de la diosa[29],
y la devaluación simbólica del papel social de las mujeres.
La relación directa entre patriarcado y esclavismo en los albores
de la humanidad cimenta la constatación de que en las sociedades de clases – y
especialmente en el capitalismo – la opresión de género redimensiona y
amplifica las condiciones de dominación. El hecho de que el patriarcado como
estructura de dominación se haya perpetuado y reproducido a través de las
diferentes formaciones socio-económicas le hace impregnar profundamente
estructuras simbólicas y esferas de lo inconsciente que configuran las
identidades personales y colectivas, además de atravesar toda la
superestructura ideológica y material característica de cada estructura social.
Las contribuciones de la historiadora comunista austriaca, que
trabajó codo con codo con Ángela Davis y las Panteras Negras, aunque por otros
caminos, comparte conclusiones fundamentales con Silvia Federici. La relación
entre género, raza y clase se entrelaza con el vínculo entre la caza de brujas,
el esclavismo y la acumulación originaria, permitiendo profundizar en la
coherencia interna entre la lucha feminista, la lucha contra la discriminación
racial y el combate comunista por la emancipación de clase. Se refuerza así el
principio comunista básico de que la
lucha revolucionaria de la clase obrera por su emancipación es imposible si no
implica la liberación de todos los oprimidos en función del género,
nacionalidad, raza, etc.
Algunos
apuntes sobre la crisis del feminismo radical
No
pretendo analizar aquí las razones del debilitamiento del feminismo radical
pero no cabe duda que tuvo una contribución fundamental el predominio
progresivo que fueron adquiriendo posiciones individualistas e intimistas que
relegaban, o no contemplaban en absoluto, la teoría y la práctica de la lucha
de clases. Al igual que el modelo burocrático de socialismo supuso al mismo
tiempo un ramplón reduccionismo economicista que ignoró la segunda mitad de la
frase de Lenin. “El socialismo es la electrificación, más el poder de los
soviets” y toda la función emancipadora general de la revolución socialista, el
feminismo que reniega de posiciones de clase es fácilmente asimilado por la
ideología capitalista dominante. Y no solamente se trata del cinismo de exhibir
como una conquista de la igualdad el que haya muchas mujeres ministras,
mientras más del 70% de las trabajadoras en paro en el Estado español no cobra
ningún tipo de subsidio.
El
enfrentamiento entre sexos dentro del movimiento obrero y popular es utilizado
por el poder para dividir organizaciones. James Petras denuncia en un informe
el papel de las ONGs en los intentos de destrucción de las organizaciones del
pueblo[30].
En concreto trata de la presión desatada por una ONG en el comité de mujeres
del Movimiento de los Sin Tierra (MST) de Brasil, que además ofrecía generosa
financiación, para que las mismas abandonaran su importante participación en la
lucha de clases y en la ocupación de tierras – en las que inscribían sus
reivindicaciones de igualdad de género - y se ciñeran a demandas minimalistas,
exclusivamente feministas.
La integración en la ideología dominante de
este feminismo devaluado, mutilado de su imprescindible dimensión de clase,
está rindiendo bien pagados servicios a un imperialismo más criminal que nunca.
Las ONGs de “cooperación”, buena parte de las cuales centra sus actividades en
la “línea de género”, utilizan los fondos que reciben de los gobiernos para
arropar ideológicamente las guerras imperiales con el discurso de la guerra
humanitaria y de los derechos, sobre todo, de las mujeres. Muchas de ellas
contribuyeron a la difusión de la mentira construída de que la invasión de
Afghanistán tenía algo que ver con el burka o de que la guerra declarada por el
imperialismo euroestadounidense y sionista contra los pueblos de África y
Oriente Medio tenga como objetivo acabar con la opresión de las mujeres en sus
países respectivos.
La historiadora vasca Alicia Stürtze[31] plantea que el feminismo occidental dominado por las
privilegiadas mujeres blancas pone en un primer plano la denuncia del sistema
patriarcal dominante en gran parte de los países del Tercer Mundo, de forma
que, "con un racismo latente", relega los intereses fundamentales de
sus hermanas negras, latinas o asiáticas. Ella plantea que incluso el feminismo
de clase no ha levantado con la suficiente fuerza "la condena sistemática
del ajuste estrucutral impuesto por el banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional causante de
una creciente pobreza y de la reducción de los servicios públicos y, como
consecuencia la acentuación de una tragedia que, según parece no capta lo más
mínimo la atención del movimiento feminista occidental actual a quien
aparentemente no interesa la mujer en su función reproductora".
La autora vasca une su voz a la de la
comunista afroamericana Angela
Davis[32], creadora entre otros, del
antológico libro “Mujeres, raza y clase” en el que se pregunta: ¿Cómo es posible que habiéndose gestado el feminismo
americano, como movimiento y teoría política, en el seno de las luchas
abolicionistas y obreras de finales del siglo XIX, la voz y las
reivindicaciones de las mujeres negras hayan sido sistemáticamente
invisibilizadas por el feminismo blanco liberal?
Stürtze destaca el hecho abrumador de que
el 99,5% de las mujeres muertas en el mundo (1.600 al día) a causa de
complicaciones relacionadas con el embarazo parto y puerperio han nacido en
países empobrecidos. La Tasa de Mortalidad Materna se considera en Salud
Pública como uno de los indicadores más sensibles para medir las desigualdades
sociales; lo que equivale a decir que estas muertes dependen casi
exclusivamente de factores socio-económicos – es decir del capitalismo
imperialista - y son perfectamente
evitables.
Frente a hechos como éstos Alicia Stürtze
levanta intervenciones de portavoces de asociaciones progresistas de mujeres
árabes y africanas en las que denuncian que en foros internacionales destinados
a tratar de la situación de las mujeres del "Tercer Mundo"se de
prioridad a “temas tan del gusto occidental como la circuncisión femenina o el
velo”. Sus palabras son tann contundentes como las siguientes: “Esas salvadoras
blancas, de clase media.... que sólo defienden sus intereses y no los de las
mujeres pobres..defienden el derecho al aborto, pero no la esterilización
involuntaria a mujeres del tercer Mundo... (...) La campaña occidental contra
la circuncisión femenina crea la impresión de que ésta constituye el eje de la
opresión de la mujer musulmana y de hecho distrae la atención de los verdaderos
problemas de la desigualdad de las mujeres que no han hecho sino aumentar desde
que Egipto estableció estrechos vínculos con EE.UU. e Israel”.
Campañas como la llevada a cabo en 2002 por
Amnistía Internacional para “salvar a Amina” de la lapidación[33], que recorrió Europa y EE.UU
pidiendo mensajes de apoyo en la web amnistiapornigeria.org, coincidió
curiosamente con una importante ofensiva de EE.UU. contra Nigeria[34]. La “tranquila ofensiva” iba
destinada a conseguir que el país africano abandonara la OPEP y
aumentara la producción de petróleo en función de los intereses de las grandes
potencias en vísperas de la invasión de Iraq[35].
La autora vasca concluye su lúcido análisis
con estas recomendaciones al movimiento feminista:"Desde mi perspectiva,
la mejor ayuda que podemos prestar a las mujeres del Tercer Mundo es condenar
por principio y desde una posición abiertamente antiimperialista, todas las intervenciones
humanitarias internacionales que no sirven más que a los intereses de las
grandes potencias y que, encima, “maquillan” la creciente presión del BM y del
FMI... (...) Tampoco nos vendría mal, de paso, atemperar algo nuestro
etnocentrismo (la creencia de que nuestra representación del mundo es la más
justa) y ese superior sentido misionero con que a los hombres y mujeres
occidentales parece que nos ha marcado la civilización judeo-cristiana”[36].
La denuncia de Alicia Stürtze sobre el
empeoramiento de las condiciones de vida de la población en general y de las
mujeres en particular entronca con el nuevo “cercamiento de los comunes”,
que tiene lugar muchos países de África,
Asía y América de la mano de los ajustes estructurales, de la masiva
privatización de tierras y de la expulsión de las mismas de sus habitantes. Las
presiones coordinadas de las grandes multinacionales (de la minería, del
petróleo, de la industria textil o alimentaria) y del BM y el FMI a través de
la complicidad y/o la extorsión de los gobiernos, acaban con una pequeña
propiedad y tierras comunales que permitían subsistir a millones de personas y
que eran trabajadas fundamentalmente por mujeres. Para facilitar la
expropiación masiva, llevada a cabo con la complicidad directa de los gobiernos
localesse utiliza nevamente la acusación de brujería
De hecho, el Banco Mundial plantea que esa
agricultura de subsistencia es la causa de la pobreza, cuando como plantea
Federici “la agricultura y el comercio de susbsistencia son la diferencia entre
la vida y la muerte para millones de personas”.
De la misma forma que Marx analiza en la
acumulación originaria de capital, las expropiaciones masivas– violentas
siempre – convierten la tierra en capital y lanzan a la miseria a millones de
personas trabajadoras "libres", muchas de ellas niñas y niños, que
serán, ahora, presa fácil de las condiciones de trabajo semi-esclavas de las
fábricas deslocalizadas de empresas multinacionales, cerrándose así el círculo.
Silvia Federici denuncia la profunda
hipocresía y los intereses estrictamente capitalistas que se ocultan tras esa
mentalidad “misionera” que criticaba Stürtze, ahora “onegera”, vinculada a los
microcréditos y vendidos como “empoderamiento” de las mujeres. “En realidad –
dice Federici – en lugar de aliviar ala pobreza, lo que la microfinanciación ha
hecho es llevar toda esa esfera de actividades que tenía lugar al margen del
mercado, dentro del mismo y bajo el control de los bancos. De hecho, tras años
de microfinanciación tenemos un registro muy negativo, en el que muchas mujeres
se ven cargadas de deudas que no pueden pagar”. Y es en este escenario en el
que se recrea la caza de brujas con el mismo objetivo de eliminar una figura
clave en las relaciones sociales comunitarias, identificadas por el capital
como un obstáculo para el mercado. Veo la caza de brujas – dice Federici – como
parte de este proceso más amplio de nuevos cercamientos. Supone la
privatización de tierras y relaciones sociales y afecta principalmente a mujeres
porque se dirige directamente contra las formas de reproducción de subsistencia
que no se orientaban hacia el mercado”[37].
Conclusiones:
Tras esta aproximación a algunos de los hitos fundamentales de la
teoría y de la práctica del feminismo marxista pueden apuntarse algunas ideas a
modo de conclusiones.
·A lo largo de la historia ha habido posturas confrontadas dentro
del marxismo en relación con la liberación de las mujeres. Los periodos álgidos de la lucha de
clases y antiimperialista, son también momentos de avance del feminismo
marxista. Lo contrario es también cierto. La hegemonía del reformismo en los
partidos comunistas conlleva el olvido de la lucha feminista. Las posiciones
reformistas, en las que subyacen importantes dosis de reduccionismo
economicista, son expresiones conservadoras del orden de dominación – de clase
y de género – establecido.
·La acumulación originaria de capital implicó no sólo la
expropiación de tierras, el cercamiento de los comunes y la esclavitud de la
mano del colonialismo. Para que fuera posible tuvo que destruir las relaciones
sociales comunitarias y el relativo poder de las mujeres. La caza de brujas fue
la respuesta a la resistencia popular frente a la violencia con que se
implantaba el nuevo orden capitalista y patriarcal.
·Si la expropiación del pueblo y la degradación de las mujeres
fueron de la mano en la creación de las relaciones sociales capitalistas, y con
ellas del proletariado, la lucha por el socialismo y por el derecho de
autodeterminación de los pueblos requieren, también, una gran batalla
ideológica para arrancar las raíces de la alienación y recuperar el poder real y
simbólico del pueblo[38].
En ese proceso de construcción de las vías de liberación e identidad popular
juega un papel clave la reconstrucción y adaptación de las señas de identidad y
poder simbólico de las mujeres, amputadas por el patriarcado y el capitalismo.
·El hecho de que caza de brujas, colonización y esclavismo
pertenezcan a un mismo contexto histórico y político, el nacimiento del
capitalismo, marca la necesidad de unidad en la lucha entre los y las
condenadas de la tierra y la evidencia de que ninguna clase o sector social
puede ser libre sin liberar al resto de los y las oprimidas.
· La crisis estructural del capitalismo y su desesperada búsqueda
de nichos de beneficio saca otra vez a escena nuevas/viejas formas de
acumulación de capital en el que las relaciones de opresión y explotación se
entrecruzan: esclavismo, patriarcado, racismo, dominación cultural y lucha de
clases.
·La lucha internacionalista que inevitablemente se enfrenta a vida
o muerte a la necesidad de destruir el capitalismo y construir el socialismo
debe ser obrera, mujer, de todas las razas y de los pueblos por sus derechos
nacionales.
[1] Federico
Engels, El origen de la
familia, la propiedad privada y el Estado. http://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/
[2] Texto
citado por Andrea D´Atri en su interesante aportación “Feminismo y marxismo:
más de 30 años de controversias” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=7972
[5] Op. Cit., p. 236
[7] Clara
Zetkin “La cuestión femenina y la lucha contra el reformismo” http://www.icesecurity.org/feministas/LA%20CUESTION%20FEMENINA%20Y%20LA%20LUCHA%20CONTRA%20EL%20REFORMISMO.pdf. P. 31
[9] Carlos Marx “La guerra
civil en Francia” (1871) http://investigacion.politicas.unam.mx/teoriasociologicaparatodos/pdf/Teor%EDa%201/Marx%20-%20La%20guerra%20civil%20en%20Francia.pdf
[10] En
el VII Congreso Extraordinario realizado del 6 al 8 de marzo del 1918, Lenin
presentó una resolución sobre la propuesta de cambio de nombre del Partido y de
modificación de su programa. La relación con la Comuna de París es, en ambos
casos, destacable:“El congreso decide que en el futuro nuestro Partido (el
Partido Obrero Socialdemócrata Bolchevique de Rusia) se llamará el Partido
Comunista de Rusia, con la palabra “Bolchevique” entre paréntesis
agregada. La
modificación de la parte política de nuestro programa […] debe consistir en la
definición, lo más precisa y completa posible, del Estado de nuevo tipo , la
Republica de los Soviets, como forma de dictadura del proletariado y
continuación de las conquistas de la revolución obrera internacional, inaugurada
por la Comuna de París.” (II: 630). http://redroja.net/index.php/pensando-criticamente/957-marx-la-comuna-de-paris-y-el-proyecto-comunista
[16] Op.
Cit.
[18] Palabras
de A. G. Goijbarg, responsable del comité redactor del Código de
Familia(1918) http://ateaysublevada.over-blog.es/article-la-union-sovietica-el-primer-pais-en-que-el-aborto-fue-legal-y-gratuito-100701696.html
[19] Tomado
de Sharon Smith “Marxismo, feminismo y liberación de la mujer” http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5761
En
este enlace pueden consultarse las "tesis de la Internacional Comunista
sobre el trabajo entre las mujeres
[21] En los primeros tres meses de 2013
en un hospital público de Madrid a14 trabajadoras eventuales que habían
sido madres o estaban a punto de serlo no les fue renovado su contrato de
trabajo. http://rsocial.elmundo.orbyt.es/epaper/xml_epaper/El%20Mundo/14_04_2013/pla_11014_Madrid/xml_arts/art_14319803.xml?
[22] Clara Ztekin “Sobre la liberación de la
mujer” (Recuerdos sobre Lenin) http://www.revolucionobrera.com/documentos/rmujer.pdf
[24] Un reciente análisis del mito del Estado del
Bienestar puede consultarse en http://redroja.net/index.php/comunicados/831-el-mito-de-la-vuelta-al-estado-del-bienestar-otro-capitalismo-es-imposible
[25]
“Si el dinero, como dice
Augier, viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla, el capital lo hace
chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”. http://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/eccx86s.htm
[28] Gerda Lener, nacida en Austria, vivió en EE.UU, país al que llegó
huyendo de la persecución nazi. Allí desarrolló sus obras y su práctica
militante en torno a la liberación de la mujer y la opresión racial. http://www.herramienta.com.ar/cuerpos-y-sexualidades/gerda-lerner-feminista-e-historiadora-injustamente-olvidada
[29] Iñaki Gil de San Vicente cita la obra de
Gerda Lerner para ilustrar el surgimiento del patriarcado como primera gran
ruptura en la unidad social del conocimiento humano,
y a partir de ella, el estallido de la pugna de fuerza y poder en las
colectividades humanas y entre ellas mismas. Ver “Emancipación nacional y
praxis científico-crítica” http://www.rebelion.org/noticia.php?id=22123
[30] “Duro alegato de James Petras contra el
accionar de las ONGs. Acusación de emprender una campaña cloroformante y
despolitizadora”.http://www.servicioskoinonia.org/relat/207.htm
[31] Alicia Stürtze “Feminismo de clase”. http://generoconclase.blogspot.com.es/2011/01/feminismo-con-clase.html
[32] Su biografía y el libro “Mujeres, raza y
clase” pueden encontrarse en: http://es.groups.yahoo.com/group/foro_centenario/message/50243
[34] Le Monde Diplomatique “Tranquila ofensiva
estadounidense sobre el oro negro africano” http://monde-diplomatique.es/2003/01/servant.html
[35] Para un análisis de la emigración, las
riquezas naturales, la lucha contra el neocolonialismo y el AFRICOM en Nigeria
puede verse: “Nigeria: lucha de clases
en el corazón de las tinieblas. Maestro. A. (2007) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=56890
[36] Alicia Stürtze. Op. Cit.
[37] Entrevista a Silvia Federici para nodo 50: http://info.nodo50.org/La-caza-de-brujas-revela-aspectos.html
[38] Toda la obra de Iñaki Gil de San Vicente está
atravesada por el análisis inseparable de los tres elementos: opresión de
clase, patriarcado y opresión nacional y por la defensa de una praxis política
que las incluya. Destaco este fundamental artículo: “La dialéctica como arma,
método, concepción y arte” http://www.rebelion.org/docs/55787.pdf
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