Ángeles Maestro.
Lo que algunos pensaron
que era un aguacero de primavera se ha transformado en un ciclón político. La
última encuesta del CIS muestra que, más allá de análisis rigurosos acerca de
los poderosos apoyos mediáticos de la formación de Pablo Iglesias y de su
debilidad programática, que la sitúa en el mismo espacio político que IU,
Podemos tiene la capacidad de trastocar el escenario electoral.
El principio del fin de
la Transición
El voto recibido por esa
organización en las elecciones europeas, junto a la gran abstención, al
crecimiento del voto en blanco, al ascenso de IU, ERC y Bildu, rubricaron el
principio del fin del bipartidismo y con él de los pilares que – mediante la
alternancia en el gobierno de PP y PSOE – han venido sustentando el engranaje
político desde la Transición.
La concreción electoral de cambios profundos en el espectro social fue determinante para forzar la abdicación de Juan Carlos, en un intento lampedusiano de cambiar de cara para mantener a una más que desprestigiada Monarquía borbónica, clave de bóveda de los aparatos del Estado herederos de la Dictadura que han venido sustentando la continuidad del poder económico.
La inusitada precipitación
con que se hizo y la mal disimulada resistencia del ex rey reveló el
desasosiego que cunde en las filas del poder – PSOE incluido, por supuesto -
ante un cambio de escenario político, cada día más probable, con Podemos
como protagonista y, sobre todo porque revela el profundo rechazo popular a un
bipartidismo que ya nos es capaz de engañar a través de la alternancia a las
mayorías sociales.
Lo que me interesa
realizar aquí es avanzar en el análisis de las tareas de la izquierda
coherente, a partir de importantes trabajos realizados – como el de Vicente
Sarasa – escrito en el mes de febrero de este año, y por tanto antes de las
elecciones europeas, que sitúa con claridad la posición de la línea
revolucionaria ante lo que ya se identificaba como un nuevo escenario
político-electoral.
Tras el terremoto
político del 25 de mayo, urge abrir líneas de debate, y de posible coincidencia
con organizaciones revolucionarias, no tanto sobre la formación Podemos en sí u
otras, sino sobre lo que expresa el apoyo popular que concitan, con el objetivo
de identificar con claridad las tareas que nos esperan a quienes sabemos que
nos acercamos a periodos críticos en los que la clase obrera y los pueblos nos
jugamos la derrota o la victoria.
Podemos y el agotamiento
de IU
Podemos es, entre otras
cosas, la expresión político-electoral del agotamiento de una IU que, a pesar
de las cabriolas políticas de los últimos tiempos hablando de “procesos
constituyentes” y otros movimientos “desde abajo”, ha demostrado desde hace
años su incapacidad para abanderar cualquier proceso de ruptura creíble con el
engranaje de poder que ahora es percibido por las masas como un lastre. El peso
de la traición del PCE en la Transición, la inquebrantable alianza de la
Coalición con el aparato de CC.OO. - ni siquiera rota tras su complicidad
fáctica con las contrarreformas del PSOE y del PP – su sistemático alineamiento
con la aberración antidemocrática de las políticas “antiterroristas” y su
colaboración en políticas privatizadoras y de especulación urbanística –
corrupción incluida – de la que es botón de muestra su voto en el Ayuntamiento
de Madrid apoyando la recalificación de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, la
incapacitan para ser considerada como izquierda coherente.
IU, ante la presión del poder,
siempre se ha situado en lo “políticamente correcto” y en la práctica ha
demostrado que su estrategia real era intentar gobernar con el PSOE a toda
costa. El resultado es que buena parte de su electorado ha considerado que es
“más de lo mismo” y por lo tanto incapaz de servir para echar a los
responsables de tanto desastre.
Desde la movilización social a la apuesta por el poder político
para echarles de una vez.
El voto masivo a Podemos
– y el que probablemente reciban otras formaciones como la que lidera Ada Colau
u otras – es la manifestación de la apuesta política de las luchas sociales:
conquistar el poder político a través de las urnas para echar a “la casta” al
basurero de la historia. Ese es el objetivo común fundamental de quiénes les
votaron y les votarán y para ello poco importa el programa.
Es más que probable que
formaciones electorales como Podemos, Municipalia, Guanyem Barcelona u otras,
cosechen importantes éxitos en la medida que representan la desesperación ante
la ausencia de futuro, sobre todo de la juventud, y el hartazgo de sectores
populares ante la corrupción político-empresarial generalizada de quienes les
niegan lo más indispensable para vivir.
Tras la potente
movilización que supuso el 15M en gran parte del Estado, que sin programa
político claro exigía a los gobernantes que escucharan al pueblo, las Marchas
de la Dignidad encarnaron un ascenso en el nivel de lucha y de organización que
apuntaba un programa de ruptura – el No al Pago de la Deuda – y que exigía a
los gobiernos de la Troika que se fueran. Los cerca de dos millones de personas
de todos los puntos del Estado que abarrotaron las calles de Madrid no fueron
suficientes para echarles. Aunque se dio un importante paso que señala el
camino para la construcción unitaria de poder popular en muchos barrios y
pueblos, la percepción en la calle fue, una vez más, de impotencia.
Echarles es ahora el
principal objetivo para cada vez más gente.
¿Basta con echarles con
el voto?
Los cambios en el poder
político electoral no afectan esencialmente a la médula del poder real. Tampoco
implican necesariamente modificaciones de fondo en la correlación de fuerzas
que, para que se consoliden, requieren de avances decisivos en el nivel de
organización del pueblo. Y éstos, con la extensión suficiente, aún no se han
producido.
Ante el riesgo de estos
cambios pudieran dar lugar a políticas contrarias a sus intereses – más
insoportables aún en tiempos de crisis - las oligarquías del Estado y de la UE
tienen dos opciones preventivas. O bien desnaturalizar y domesticar a los
nuevos dirigentes, vía sobornos o amenazas de todo tipo, o bien impedir que
lleguen al poder mediante gobiernos de coalición, de tecnócratas o directamente
por medio de un golpe de Estado.
Los ejemplos de
corrupción o amenazas a dirigentes políticos son interminables, pero quiero
destacar aquí dos casos de organizaciones de la izquierda europea integrantes
del mismo Grupo en el Parlamento Europeo que Podemos e IU: la griega Siryza y
la alemana Die Linke.
En el primer caso y tras
haber mantenido una ambigüedad calculada en relación con su propuesta de
salir del Euro y de la UE, su líder Alexis Tsipras aseguró su permanencia
en la Eurozona cinco días antes de las últimas elecciones; de la misma forma
aseguró que mantendría a Grecia en la OTAN y que no habría desmantelamiento de
las bases militares de EE.UU.
Las presiones sobre Die Linke se produjeron
ante la posibilidad de que su ascenso electoral le permitiera gobernar en
determinados länders con el SPD y se concretaron en necesidad de eliminar su
apoyo a la causa palestina para pasar a apoyar el “derecho de Israel a
defenderse” y evitar así ser acusada de “antisemita”. En un comunicado de 2011
la organización citada afirmaba: “No participaremos en iniciativas sobre el
conflicto de Oriente Medio que hacen llamamientos por la solución de un Estado
para Palestina e Israel, o por la implementación de boicots contra productos
israelíes, o incluso, en la Flotilla de este año hacia Gaza".
Acerca de la corrupción y la traición que
implica, que tiene un efecto destructivo incomparablemente mayor sobre la
izquierda que sobre la derecha, no es necesario poner más ejemplos, pero sí
realizar una reflexión imprescindible ante uno de los riesgos más grandes de
las nuevas experiencias político-electorales: creer que la historia empieza con
ellas y que su inocencia – asegurada en cuanto que no han tocado poder – es un
talismán imperecedero.
Muy al contrario, la
memoria de nuestra historia como clase obrera y como pueblos es indispensable.
En la Transición y posteriormente, muchos líderes políticos y sindicales, con
años de cárcel a sus espaldas, o se corrompieron, o no fueron capaces de
impedir que los intereses de las clases dominantes se impusieran. El resultado
más dramático no fue sólo la victoria de los enemigos de clase, sino la
destrucción de las organizaciones a las que representaban.
Por lo tanto, ¿quién
asegura que la capacidad de corrupción del poder hacia dirigentes concretos de
Podemos u otros, no se ejerza y triunfe, cómo ha sucedido hasta ahora?. La
pregunta imprescindible es: ¿Cómo vamos a impedir que esa triste historia se
reproduzca? Los y las que traicionaron a su clase y a sus pueblos también eran
jóvenes y también representaban “el cambio” y “la transformación social”.
No pagar la Deuda y
construir el poder del pueblo.
Hay una única respuesta
válida. Sólo el poder del pueblo organizado es capaz de oponerse a la enorme
fuerza de la presión de los intereses económicos que pretenden realizarse a
costa de lo que sea. Y esto vale tanto para preservar a las y a los
representantes políticos de la corrupción y la traición que implica, o para que
quien se deje sobornar, no lo haga impunemente.
En cuanto a los
contenidos de los programas de gobierno de ayuntamientos, CC.AA. o Estado hay
una condición general que es requisito imprescindible para cualquier otra:
Negarse al pago de la Deuda. Es preciso que cualquier programa político
anteponga la satisfacción de las necesidades sociales a los objetivos de
reducción de la Deuda y del Déficit que se incluyeron en el nuevo artículo
135 de la Constitución, que impone la UE a través del Tratado de Estabilidad
(TSCG) y el Estado mediante la Ley 2/2012.
El asunto es central porque el pago de la
Deuda y el cumplimiento de los objetivos de reducción del Déficit, impiden
cualquier soberanía política y determina la práctica desaparición de los
servicios públicos. Además el entramado normativo citado contempla incluso la
disolución de gobiernos democráticamente elegidos si no se cumplen los
objetivos de reducción del gasto público en plazos determinados. ¿Eso quiere
decir que es imposible no pagar la Deuda? Ni mucho menos. Significa que frente
a unos marcos legales (europeo y estatal) que actúan como corazas y que niegan
de hecho el poder político – puesto que no le dejan el menor margen de maniobra
– sólo el poder del pueblo podrá permitir decir a un gobernante , como hizo
Thomas Sankara a los bancos acreedores: “No les pago porque si yo no les pago
ustedes no se mueren. Y si yo les pago, mi pueblo se muere”
Se acercan etapas
críticas y los pueblos tenemos el deber de aprender de la historia, de
todos los intentos que la clase obrera y los condenados de la tierra han
realizado de “asaltar los cielos”. Ante el desmoronamiento electoral de los
partidos que representan el poder económico y el engranaje de la Transición que
han sustentado, y sobre todo, que encarnan el mecanismo de dominación de la UE,
del BCE y del FMI, ¿no es previsible que cualquier Gobierno que pretenda
atender a las necesidades del pueblo y que, por tanto se enfrente a la
propiedad privada y a sus aparatos de poder, reciba la misma respuesta que
recibió la Unidad Popular de Chile o el intento de derrocamiento de Chávez en
2002?
La cuestión de fondo que
hay que enfrentar es otra que una hipotética victoria por la vía electoral. Sin
negarla, porque es posible que se produzca.
La tarea de la izquierda
coherente no es zanjar la cuestión calificando a Podemos, o a cualquier otra
alternativa electoral, de “pequeño burguesa”, esperando que el pueblo la reconozca
como alternativa revolucionaria.
Es preciso intervenir en
los diferentes marcos de organización popular, incluidos los
político-electorales como los citados, con la inteligencia suficiente como para
situarnos en el nivel de conciencia y experiencia del pueblo trabajador
señalando las líneas rojas que en el plano estrictamente político son
indispensables para enfrentar los tiempos duros que nos esperan.
Es posible la
intervención pedagógica que cuestione el discurso “ciudadanista”, cuando se
impone la ofensiva más dura de la burguesía en todos los frentes dirigida
contra las masas proletarizadas. Es necesario contribuir a que, desde la
experiencia concreta, el pueblo trabajador perciba que sólo desde la
construcción de la independencia de clase, es posible enfrentar a “la casta”.
La creciente
politización de la gente, y su necesidad de comprensión que las devastadoras
consecuencias de la crisis sobre sus vidas, abre el camino para desvelar que no
se trata de situarse ante “el agotamiento del Pacto de la Transición” sino de
desenmascarar el propio Pacto y a sus artífices como responsables de la
construcción de la estructura corrupta de poder político, empresarial y
sindical – y en conjunto – de todos los aparatos del Estado que llevan el
código genético de la Dictadura.
Existe el caldo de
cultivo para intervenir sobre la desmemoria que sustentó y perpetúa todo ese
engranaje y por experiencia puedo decir que – sobre todo la juventud – está
reclamando llenar con planteamientos de identidad de clase ese vacío que le
hace vulnerable ante cualquier oportunismo. La evidencia de que no hay espacio
político para alternativas sociales o de derechos laborales en el marco de la
UE, la necesidad de salir de la OTAN o la indispensable solidaridad
internacionalista frente al imperialismo más brutal que ha parido el
capitalismo, son principios políticos indispensables que es preciso introducir,
con criterios de oportunidad y la suficiente inteligencia, en los debates.
Al tiempo que Red Roja
plantea la necesidad de intervenir en estos procesos, descarta la participación
directa de sus militantes en las diferentes candidaturas, sobre todo porque
todas las fuerzas son pocas para dedicarlas a la tarea fundamental de avanzar
en la organización y el poder del pueblo.
Nuestro trabajo, y
creemos que el de cualquier organización coherentemente revolucionaria, es
impulsar y participar en todos los procesos de organización popular para que
cada vez más sectores conscientes del pueblo trabajador entiendan que la gran
tarea, más allá de los procesos electorales, es construir su propia fuerza.
El objetivo prioritario
es crear Comités y Asambleas de pueblos y barrios, integrados por todas
las organizaciones y movimientos que representen las luchas legítimas del
pueblo en cada lugar, y sobre la base de los Comités de las Marchas de la
Dignidad, allí donde sea posible: con quienes combaten en el movimiento obrero,
en el movimiento antifascista, con los movimientos por la vivienda, la sanidad,
la educación, por los centros sociales ocupados, etc, con la finalidad de
extender, fortalecer y ampliar sus luchas. Y es preciso incluir el No al Pago
de la Deuda en primer lugar de cualquier programa u objetivo de movilización.
Al tiempo que planteamos
la intervención en todo marco de organización popular, señalamos que los
Comités y Asambleas de pueblos y barrios deben ser independientes y
diferenciados de los marcos político-electorales. La experiencia repetida
muestra que cuando un movimiento social se transforma en, o está penetrado por,
opciones electorales está garantizada su ruptura y su desaparición. Los casos
son muchos, pero los más significativos son la destrucción del movimiento
ciudadano a raíz de los gobiernos municipales de PCE y PSOE en la Transición y,
más recientemente, de la potente Asamblea por Tenerife, tras la decisión de una
parte de presentarse a las elecciones.
Y ello precisamente
porque uno de sus objetivos fundamentales debe ser controlar al gobierno, a
cada nivel, y sea cual sea la formación que lo ejerza, para erigirse en
contrapoder contra la previsible corrupción de la representación política y
para exigir la adopción de políticas que satisfagan las necesidades del pueblo
trabajador.
La gran tarea es, pues,
acompañar la toma de conciencia de la gente que inevitablemente se enfrentará a
la evidencia de que el mecanismo electoral no asegura nada y que comprenda que,
además de votar a quien le plazca, lo esencial es avanzar en la constitución
del poder real del pueblo. El riesgo de que opciones fascistas aniden en sobre
el terreno abonado del fracaso de ilusiones electorales como las citadas es
real y no podemos ignorarlo.
El objetivo de la
construcción del poder de la clase obrera y del pueblo trabajador no es una
hermosa frase, ni una consigna huera. Hay que prepararlo y
fortalecerlo – lucha a lucha – en el seno de las mismas estructuras que
están surgiendo, para estar en condiciones de enfrentar el verdadero combate
por el poder político real que, inevitablemente, no será electoral.
Madrid mes de agosto de 2014
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